
Sueños
Mayo 25, 2021 / Fuera de las instalaciones de SEMEFOMaría Isabel Alvarado Toscano
Busca a su hijo Héctor Hugo Camaño Alvarado, desapareció el domingo 5 de mayo de 2013. Tenía 23 años.
Texto y retrato: Miriam Rodríguez
Después de ocho años de buscar a Héctor, Isabel no imagina —ni quiere encontrar— lo que pudiera quedar de él si estuviera muerto en aquellas cajas con pedaceras que ha visto en los periódicos, o entre los líquidos del suelo que escurren de seres enteros y desnudos en aquel lugar donde contempla la inexistencia de humanidad.
Lo que siempre ha imaginado y querido es entrar junto con las demás guerreras a ese lugar de olores intensos que han velado días y noches enteras afuera de sus puertas. Ella quisiera poder entrar y tomar aquellos cuerpos y partes sin nombre para cobijarlos y venerarlos. Se imagina tomando entre sus manos a cada uno de ellos, mirándolos con cuidado, armándolos perfectamente, reconociéndolos sin demora y sacándolos de ahí para llevarlos a casa. Resistiendo todas y todos la misma pena y dolor para tratar cada cuerpo, cada pedazo, como si fuera el suyo, como el tesoro que han estado buscando.
Sin embargo, este anhelo de Isabel no se ha hecho realidad. Lo único que le queda es refugiarse en sueños recurrentes que escribe para dárselos a Guadalupe Aguilar, creyendo muchas veces que en ellos se encuentra la respuesta.
En su último sueño Guadalupe toma sus manos y la mira para pedirle que la acompañe. Las guerreras aparecen y se unen detrás de ellas para caminar juntas hacia una casa donde las espera otra mujer a la cual no reconocen: les abre la puerta y ven un pasillo que parece no tener fin, con cuartos a su alrededor.
Las guerreras entran y se separan para ir a cada uno de esos cuartos. Isabel espera y ve a Guadalupe ser guiada por la mujer hacia el primer cuarto. Al entrar las dos, la puerta queda entreabierta, dejando una pequeña rendija para que Isabel pueda asomarse. Lo que alcanza a ver entre aquella oscuridad es a su compañera entrañable acercarse lentamente a una fosa abismal. Isabel ve cómo los ojos de ella se comienzan a humedecer y ve cómo se lleva las dos manos hacia boca para evitar que sea escuchado su llanto desolador. Pero es inevitable, el llanto inunda la inmensidad de la casa.
Isabel piensa que pudo haber encontrado a su hijo y se dirige hacia los otros cuartos que permanecen con las puertas abiertas de par en par. Al caminar por el pasillo se da cuenta de que cada uno de los cuartos es en realidad una fosa; decide asomar la cabeza a uno de ellos. Lo único que alcanza a ver es un mar de pedazos amontonados, tesoros queriendo ser rescatados de aquella sepultura infame. No le da tiempo de lamentarse porque comienzan a escucharse voces de afuera, vienen a buscarlas.
Isabel despierta de aquel sueño. Siente el miedo y la tristeza que la han acompañado desde la desaparición de su hijo Héctor, un dolor inenarrable que comparte con Guadalupe Aguilar, un dolor que les sirve para descifrar juntas aquellos sueños en los que encuentran los tesoros de cada una de ellas.