C03—
Ingobernable

Ingobernable

Abril 17, 2021 / Comedor de mi casa

Febe González Linares

Busca a su hijo Juan Carlos Delgado González, desapareció el miércoles 1 de mayo de 2019.
Tenía 30 años.

Texto y retrato: Miriam Rodríguez

Febe sonríe todo el tiempo, excepto cuando cuenta la última vez que vio a Charlie, a quien ella ahora llama “Ingobernable”.
El miércoles muy temprano por la mañana, vio a Charlie sentado en la mesa del comedor. Llegó hambriento, con su mochila llena de papeles y una camisa rota. Febe, por pláticas anteriores, entendió que su hijo estaba en busca de un nuevo trabajo, así que le sirvió un buen desayuno y le dio una camisa nueva para que estuviera presentable para la entrevista. Al terminar, Charlie se despidió de ella con un abrazo, como era su costumbre, y le dijo unas palabras que nunca olvidará: “este año nos cambia la vida”.
A Febe le cambió la vida cuatro días después. El domingo, mientras veía sentada la televisión, se le pararon enfrente y le dijeron “levantaron a Carlos”. Ella respondió “¿quién lo levantó?, ¿cómo es eso? Al rato aparece”.
No se dijo nada más. Febe permaneció en silencio, escuchando cada murmullo y observando cada movimiento. Lo único que sabía sobre los levantados es que los encontraban después aquí o allá, vivos o muertos.
Febe se fue a dormir para poder despertarse temprano a ver las noticias de la mañana y salir a buscarlo. Así fue como se enteró de aquella nota, sentada frente a la televisión: “se liberaron nueve personas de una casa en Tlajomulco”. Al escuchar esto, decidió levantarse e ir por Charlie, “a lo mejor de ahí sale” se decía a sí misma.
En cuanto llegó al lugar comenzó a preguntar a cada persona con la que se topaba “¿está aquí mi hijo, entre los que salieron de la casa en Tlajomulco? Lo vi en las noticias hoy temprano”. Pero no recibía ninguna respuesta. Así transcurrió el día y al anochecer escuchó “su hijo no está aquí, no es ninguno de ellos”. De regreso a casa enmudeció otra vez para volver a oír cada murmullo y observar cada movimiento que le diera una señal de donde buscar a Charlie. Fue entonces cuando se le partió el corazón al escuchar que a su hijo lo buscaban donde los cuerpos se amontonan irreconocibles y olvidados. Así que, una vez más, decidió irse a dormir temprano para recoger a Charlie al siguiente día.
Llegó al SEMEFO a primera hora. Olía a muerte, sin embargo quiso pasar a buscar a su hijo, lo quería ver lo más pronto posible. Pero solo encontró fotos de pedacitos que armaban el rompecabezas de un cuerpo entero que no era él. Sin pensarlo, siguió pidiendo más y más fotos de pedacitos, uno tras otro, uno tras otro. Al acabarse las fotos que podían mostrarle, decidió ir a su casa para regresar al siguiente día y hacer lo mismo todos los días hasta encontrarlo.
“Estaba cansada de que ninguno fuera mi hijo”, me dijo Febe, “y de mis entrañas y mi pecho salió un grito profundo”
—”¿Cuándo me van a dar al mío?”
—”Su hijo no está aquí señora, está desaparecido”.
Enmudecí al escuchar estas palabras y observar cada gesto de dolor y rabia de Febe. Ella trataba de explicarme lo que sintió en aquel momento después de saber de la desaparición de Charlie con estas palabras: “Flotaba. Salí de aquel lugar de muerte y yo sentía que flotaba. En el camino a casa no lograba entenderlo y recuerdo dejarme caer. Caí tan despacio y tan fuerte que me volví pesada como una roca que nadie pudo mover. Me abandonaron en este dolor, días y noches enteros. Comprendí lo que tendría que pasar sola para encontrar a mi hijo”.
Así Febe volvió a permanecer en silencio días y noches escuchando cada murmullo y observando cada movimiento. Hasta que un día, sentada frente a la televisión, miró a la mujer más valiente del mundo con sus tropas. Todas llevaban puestos sus uniformes, en cuyo pecho se alcanzaban a ver los rostros de sus hijas e hijos desaparecidos, aquello en lo que Charlie se había convertido.
Fue en ese momento que Febe al fin encontró una buena razón para levantarse y reunir la fuerza suficiente para comenzar la búsqueda. Ya no solo eran pedacitos de cuerpos, eran mujeres como ella que caminaban en hordas, preguntando en voz alta, desde lo más profundo de su pecho, al unísono “¿dónde están?”.
Ahora, sentada frente a ella, mientras escucho cada palabra y observo sus ojos llenos de tristeza y su sonrisa imborrable, Febe trata de explicarme lo que sintió cuando salió corriendo con su nuevo uniforme, en el que se podía ver el rostro de Charlie y leer desde lejos Ingobernable. “Sentía que volaba, salí a buscarlas y sentía que volaba. Al llegar, me dejé caer despacio entre sus brazos para nunca más soltarlas y buscar juntas a mi hijo, a todos esos hijos”.