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No es ni será fácil

No es ni será fácil

Abril 03, 2021 / Casa de Yolanda

Yolanda Arceo Rodríguez

Busca a su hijo Daniel Alejandro González Arceo, desapareció el lunes 7 de enero de 2019. Tenía 32 años.

Texto y retrato: Miriam Rodríguez

Entré a la casa de Yolanda. Al fondo estaba la cocina y al lado una mesa. Me pidió que me sentara y me ofreció un vaso de agua que había preparado ese día. Se sentó conmigo.
Cuando comencé a grabar nuestra conversación yo ya tenía una imagen de su hijo Dani, porque cuando entré a su casa pude ver una especie de altar con su foto, ubicado entre la sala y la cocina. Me tocó verlo después de cerca, ya que al terminar le pedí tomarle una foto para hacer su retrato. Yolanda se dirigió a ese lugar, quedando su hijo justo detrás de ella.
Yolanda es “de pocas pulgas'', me dijo antes de contarme lo ocurrido y pude constatarlo. Dejó de ir con la mujer más valiente del mundo y su tropa, porque el tiempo que dedicó a buscar con ellas a su hijo, fue tiempo perdido. El expediente se quedó en cuatro hojas hasta ahora, mientras que en su casa seguía transcurriendo el tiempo y todo se derrumbaba.
Todo comenzó cuando su nuera, a quien quería tanto y vivía con ella, recayó en su enfermedad después de la desaparición de Dani y esta vez se veía venir fulminante, “se le agrió el carácter”, me dijo Yolanda, “la tristeza le quitó las ganas de vivir”.
A pesar de que Yolanda me ha hecho saber que tiene la necesidad de sentir que busca a su hijo, para ella toda acción en ese sentido era un desgaste sin ninguna consecuencia después de lo sucedido. Ni para bien, ni para mal. Y aunque la muerte de su nuera y la ausencia de Dani la mataban de tristeza, le dieron una alegría y una razón para sobrevivir. Tenía que cumplir una promesa, uno de esos acuerdos que no necesitan palabras: proteger a los dos niños que dejaron con ella, sus únicos nietos.
Ha dedicado su vida a forjar un futuro para ellos, pero no deja de sentir y pensar día y noche en Dani. Me decía, “un dulce, una fruta, un plato de comida, te lo llevas a la boca y solo piensas en tu hijo. ¿Estará muerto? ¿Estará vivo? y de ser así, ¿Cómo está? ¿Le pasó algo? ¿Tiene un trabajo que no quiere hacer? y si está muerto, ¿hasta la dignidad como persona le quitaron? Porque si algo a mí me duele, es eso, que algún día alguien me lleve y me quite la dignidad. Pero y si regresa ¿cómo va a regresar? ¿Lo estarán obligando a matar? ¿Y si ya lo disfruta? Mejor que no regrese si va a hacer más daño”.
No pudo parar de hablar y yo no pude parar de escucharla. Siguió diciéndome que cuando Dani nació ella no tenía ni para vestirlo pero que al escucharlo llorar, él fue su motor de vida y que con su sola presencia durante el tiempo que estuvo a su lado, le bastaba para seguir adelante. No le importan las dificultades, le preocupan las alegrías, desconfía de ellas, esas no la hacen más fuerte y la vida le mostró que seguro después de una alegría tan grande viene una desgracia. Eso fue algo que trató de enseñarle a Dani, porque la vida que les tocaba no iba a ser fácil. Pero que se lo llevaran de esa manera, nunca lo hubiera imaginado. Dice que de niña recuerda que esos del crimen organizado tenían “honor”, si es que se le puede nombrar así, porque por lo menos se los llevaban, les daban unas cuantas cachetadas para que confesaran y luego los mataban de un tiro en la cabeza y se acabó. Pero ahora ya no es así, ahora los torturan, los hacen cachitos, los abren vivos, y esto solo la hace preguntarse dónde está la humanidad, porque no puede concebir cómo una persona puede hacerle eso a otra.
Mientras Yolanda seguía hablando yo me preguntaba ¿realmente sabemos qué es la violencia? Yolanda la conoció cuando su hijo desapareció. Me cuenta que el tiempo que estuvo en su búsqueda fue a la fosa común del bosque más grande y cercano a nuestra ciudad. Buscó, encontró, clavó cruces en la tierra e hizo oración, solo para después encontrar otra fosa a pocos metros de ahí, en un predio con caballerizas justo arriba de los pedazos de cuerpos, con una vista perfecta hacia ellos. Lo que sus ojos y oídos habían presenciado quedó muy claro, pero dolorosamente volvió a ser otra vez callado.
Con el tiempo ha aprendido a no buscar a quien tenga que pagar, ni el por qué, hasta se ha imaginado que el responsable de arrebatarle a su hijo llega a su puerta para decirle donde está y ella besarle los pies en agradecimiento. Tampoco le molesta lo que digan los demás, porque ella nunca vivió, vive, ni vivirá de otros, por eso puede escuchar cosas como: “seguro andaba en malos pasos”, “por algo le pasó”, “ve tú a saber qué estaba haciendo”. Además antes de que desapareciera Dani, pensaba y decía lo mismo. Lo que a Yolanda le molesta es que las personas sean tan indiferentes y ver a una sociedad tan apática, en la que nos ponemos hasta en contra del que comparte el mismo dolor, el de un hijo desaparecido. Porque ella no concibe cómo pueden llegar a pensar que no le duele sentir la culpa de no buscar a su hijo y tener que volver a empezar su vida con esa gran ausencia, porque al igual que el día en que nació Dani, pasó lo mismo el día en que desapareció; vio a sus nietos llorando y solos, y fue suficiente para que se convirtieran en su nuevo motor de vida para poder seguir adelante. Reafirmando de esta manera la dolorosa lección que le quiso enseñar a su hijo: la vida que nos tocó no es ni será fácil.
Yolanda, al final de su discurso, me plantea una utopía en la que todas las tropas que luchan por un mismo objetivo, encontrar a sus desaparecidos, se unan para ser más fuertes. Desea que algún día aquellos que están en el poder hagan un solo acto desinteresado, algo que solo beneficie al pueblo, entregar los tesoros de la fosa más grande de Jalisco: SEMEFO.